La canción "Money for nothing" (dinero para nada), compuesta por Mark Knopfler y Sting, se
constituyó en
los años
ochenta del siglo pasado en una dura crítica a la proliferación de muchos músicos y cantantes mediocres, que tapaban con los videoclips
su escasa base artística. El video musical, al calor del influjo del dinero de
la industria discográfica, era un fin y no un medio.
Cuando
oigo a alguien hablar de la necesidad de que Asturias tenga un presupuesto, me
viene a la mente aquella canción, su satírica y descarnada letra y su mensaje. Declaraciones de
necesidad con las que un presupuesto es elevado a la categoría de fin y no de medio, al precio que sea. Que ese presupuesto
no sea más que
el apuntalamiento de un programa político que llevan fracasando en los últimos treinta años en Asturias, es lo de
menos. Tampoco importa que la estructura burocrática de la región -que permanece inalterada
desde el inicio de la crisis- se coma más del 50% de lo que entra en las arcas autonómicas cada año, o que la deuda vaya camino
de superar la barrera del 300% de incremento desde el inicio de la crisis. Lo
importante -según
parece- es tener un presupuesto -el que sea- redactado por los mismos que han
redactado los anteriores, y que da respaldo a las mismas políticas erráticas, alejadas de la
realidad, que condenan a Asturias a permanecer en la senda de la decadencia,
como felliniana nave que va; que nos dicen no debe detenerse, cuando en
realidad sólo
nos conduce a entonar la verdiniana fuerza del destino.
En la
neolengua utilizada, a la renuncia a la batalla de las ideas y los principios,
a la renuncia a la ambición de mejorar con ellos la realidad en la vivimos, a
esconder la escasa talla política detrás de un presupuesto -fotocopia de los anteriores, y que
sigue condenando las aspiraciones de progreso social y económico de Asturias- a todo ello
se le llama ahora "obligación ética" para dar un "balón de oxígeno" a los asturianos. Y
para justificar todo ello se confiesa, con falsa modestia, la voluntad de
sacrificar las ideas, el programa electoral y hasta el mismo partido en nombre
del bien común.
Cuando el hecho de defender y dar la batalla de las ideas de un partido político debería ser el incentivo para
reformar las cosas, se convierte este incentivo en una aspiración inconfesable a la que hay
que hacer permanente renuncia, escenificando la peor postura hacia al bien común: asociar que lo más beneficioso es estar por
encima de la pelea política, que la política es una cuestión de gestión y no de confrontación, y que las soluciones están en el mundo gris de la
burocracia y no en la claridad de la batalla de las ideas, de las justificación de los actos y de la crítica al contrario.
Y
mientras se escenifica este ejercicio de populismo, el ciudadano cuyos
problemas siguen latentes -porque los sucesivos presupuestos y leyes de crédito extraordinario han sido
incapaces de solucionarlos-, asiste a todo ello con la misma sensación que los animales de la
granja orweliana, donde era imposible distinguir a los animales de los hombres,
mientras se le arroja a la cara el discurso de la justicia social y las políticas de redistribución a través de las cuales se manifiesta
esa justicia, como un proceso de arriba hacia abajo, un vínculo vertical que conecta a
los líderes
y sus decisiones con las masas agradecidas; suscitando lo que La Boétie llamaba una "servidumbre voluntaria". Y para ello, se apela al bolsillo del
contribuyente, con propuestas de rebaja fiscal que van desde un vergonzante aguinaldo a seis meses vista de una elecciones, hasta hilarantes
cuantificaciones de ahorro fiscal de hasta cuatro dígitos, hechas sin tan siquiera
tener en cuenta el número de contribuyentes que tributa en cada tramo del impuesto, que no detallan su impacto en las arcas autonómicas, ni cuanto supone esa
rebaja respecto a los ingresos totales del IRPF en Asturias. Un cuento de la
lechera, una farsa tributaria que no llega más allá de un reparto de las escasas puntas ociosas de tesorería. Y lo que es más grave: las rebajas de impuestos no se proponen a costa de
rebajar el gasto público propio, sino a costa de que el resto de los españoles paguen más impuestos, aumentando el
saldo positivo de la balanza fiscal y continuando la escalada de puestos en el ranking de perceptores netos de los fondos de solidaridad territorial. Ni una
palabra, en definitiva, sobre reducir drásticamente el esfuerzo fiscal de los asturianos, ni de
acabar con el cementerio regulatorio en el que se ha convertido la región, frustrando cualquier
intento de avance social y económico, condenándonos a la dependencia de la subvención externa, por más que se sentencie solemnemente lo contrario.
Exigirse
lo justo para ir tirando. Abandonarse al predominio del consenso socialdemócrata para después quejarse de que la economía está estancada, que los impuestos
son muy altos, y suma y sigue. Más de lo mismo. Más de ellos mismos. Presupuestos para nada.