La táctica política del mal menor
es una cosa distinta de la doctrina moral del mismo nombre. La doctrina moral
del mal menor es lícita siempre que nuestra responsabilidad sea sólo la
elección entre opciones malas. Pero ¿qué‚ ocurre cuando tenemos la
responsabilidad de hacer propuestas? ¿Es lícito proponer un mal, aunque sea
menor? La respuesta, desde el punto de vista ético, debe ser negativa y
categórica: el mal menor, antes que menor, es mal. Y si la táctica del mal
menor consiste en proponer males menores para evitar que triunfen males mayores
la conclusión es que no es moralmente lícito recurrir a ella.
El maquiavelismo del
‘malminorismo’ tiene su demostración en la justificación del voto útil, lo que,
paradójicamente, contradice el mal menor porque pide que se vote no ya al menos
malo, sino a una opción que tenga posibilidades de triunfo, aunque sea peor que
otras opciones con menos posibilidades. ¿Por qué denotar con ello la nula convicción en las ideas y propuestas
propias y en la capacidad para llevarlas al triunfo? ¿Por qué abonarse, con ese
discurso, al retroceso, a la postura vergonzante y defensiva y al complejo de
inferioridad? ¿Por qué la renuncia al protagonismo en la política, creyéndose
‘maquiavelos’, y siendo solamente una sombra en retirada? ¿Por qué esa visión
miope y egoísta de utilidad?
El discurso del voto útil se
adopta entre los cansados, o los que quieren ganar a toda costa, o los que
ansían el éxito social inmediato. Es una trampa que coloca el concepto de ‘utilidad’
en el centro de la política y lo identifica con la conquista del poder -sea
como sea- que se construye sobre arena, en lugar de mirar la utilidad de mirar
más allá, la que siembra sin pensar en la cosecha; que olvida que hay otras ‘utilidades’
a las que puede encaminarse la acción política como son: romper la unanimidad
negativa, ayudar a promover cambios positivos, dar ejemplo de fidelidad a unos
principios, dar testimonio de coherencia y de honradez, etc.
¿Por qué renunciar a la influencia pedagógica o formativa que tienen los políticos ante el pueblo sencillo y convertirse en personajes engañosos? ¿Por qué falsear el sistema representativo que se dice defender, cuando el voto pierde su justificación originaria que es otorgar la representación de un interés legítimo o de un principio? ¿Por qué impedir que se consoliden progresivamente opciones políticas?
¿Por qué renunciar a la influencia pedagógica o formativa que tienen los políticos ante el pueblo sencillo y convertirse en personajes engañosos? ¿Por qué falsear el sistema representativo que se dice defender, cuando el voto pierde su justificación originaria que es otorgar la representación de un interés legítimo o de un principio? ¿Por qué impedir que se consoliden progresivamente opciones políticas?
Frente al llamado ‘voto útil’,
que es un recurso desesperado, no cabe otro más que el ‘voto del premio’ como
reconocimiento o aval para quienes desde la estructura gubernamental estén en
disposición de contribuir al beneficio de todos los ciudadanos, castigando a
los que siguen en su desesperada búsqueda del poder, por el poder mismo. El
pueblo conoce la ‘meritocracia’, porque la ve en realizaciones concretas, por
lo que no hay que dudar que sabrá escoger el voto del premio –sin acudir al
pesimismo y la ineficacia de la teoría del mal menor- para darle un alto a los
oportunistas, que lo que buscan es repartirse el poder y tratar de esquivar sus
compromisos.