Los partidos políticos son, y seguirán siendo, piezas
fundamentales para garantizar el funcionamiento racional de las instituciones
políticas. Pero ello no debe ocultar –ni debe justificar- lo que en una reciente entrevista denunciaba el presidente del PP de Guipuzcoa, mi amigo Borja Semper: “Los partidos políticos tienen demasiada influencia en España y
en la sociedad española”. Una
influencia que coarta la singularidad de quienes militamos activamente en un
partido político, o simplemente desean ejercer los derechos de participación
política que les reconoce el artículo 6 de nuestra Constitución, a través de
organizaciones donde el funcionamiento democrático sea efectivo y real.
La perdida de prestigio y de arraigo social de las
instituciones públicas, que incluye la evidente y creciente desafección de la
ciudadanía hacia las mismas y hacia nuestros representantes políticos, ha sido
alimentada por unos partidos políticos con estructuras de poder resistentes y
“arbitrarias”, mediante su capacidad para intervenir en la designación de las
personas que forman parte de todas las instituciones publicas, y que ponen en
grave riesgo el sistema de representación política del que nos dotamos hace ya
más de treinta y cinco años.
Ante un eventual nuevo ciclo político, un nuevo escenario
que nada tiene que ver con lo que hasta ahora hemos conocido, estamos obligados
a repensar nuestro sistema político. Porque mientras estamos en la lucha
partidista estéril para solaz de los (cada vez menos) acólitos, seguimos
dejando de lado lo importante: la democratización y modernización del sistema
político español.
Todas las encuestas, no sólo las electorales, sino las de
carácter cuantitativo, nos dibujan un escenario distinto donde lo menos
aconsejable es la inacción y la indiferencia, ante la flagrante desafección
hacia la política y hacia las instituciones. Reconstruir los vínculos con la
ciudadanía y con electorado potencial de cada partido, es la tarea inexcusable
si no queremos acabar en la “italianización” de nuestro escenario político.
Para despejar ese escenario, ante la caída vertiginosa del
apoyo popular al PP, la estrategia posible que le devuelva la iniciativa sólo
puede ser una: la participación de sus bases. Percival Manglano lo expresaba claramente en un reciente artículo: “los programas electorales del PP para el
año que viene deberían ser extremadamente participativos, con programas de
consulta y aprobación de propuestas hechas por los militantes. Y, muy
importante, con votaciones. Los
militantes deben poder proponer y también votar”.
Participar no es proponer ideas y propuestas para el
programa electoral. Participar no es llenar un buzón. Participar es
intercambio que acumula "expertise", que genera debate como factor de
igualdad. Es tratar a los votantes como adultos, que se les pregunte su
opinión y que se escuchen sus respuestas en debates donde se intercambien
argumentos, y no eslóganes.