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18 de noviembre de 2014

Humo fiscal


Toda reducción de impuestos debería ser tan bienvenida, como repudiado todo incremento de los mismos. Siendo así, todos deberíamos aplaudir. Pero la rebajita que justifica el apoyo del Partido Popular a los presupuestos regionales del PSOE, no deja de ser una cortina de humo para ocultar el régimen fiscal confiscatorio que padecemos en Asturias, un autentico infierno fiscal que, combinado con el cementerio regulatorio que se ha tejido a su alrededor, sigue defraudando cualquier aspiración de progreso social y económico de nuestra región, y sigue condenándonos a la dependencia eterna de la subvención exterior.

Lo cierto es que la minoración fiscal anunciada será marginal y cicatera. Si la base liquidable máxima sobre la que se aplicará la rebaja fiscal es de 12.450 euros, eso significa que el ahorro máximo será de dos puntos porcentuales sobre esos 12.450 euros, es decir, 249 euros anuales, 20,75 euros mensuales. En realidad, sin embargo, la minoración será todavía menor, ya que el cálculo del mínimo personal (que reduce el importe final de la cuota líquida a pagar) también se calcula a partir de ese mismo tipo marginal mínimo que se va a rebajar, de manera el importe efectivo de éste caerá en unos 103,02 euros (el 2% del mínimo personal de 5.151 euros): es decir, el impacto máximo de la rebaja fiscal será de 145,98 euros anuales, 12,16 euros al mes

Entiéndanse: uno prefiere que los impuestos bajen o, al menos, que no suban todavía más. Pero vender como un ejercicio de responsabilidad esta ridiculez es no sólo un insulto a los asturianos, sino al resto de españoles que contribuyen a costearla. Peor aún: es un intento inane de aplacar el creciente descontento social hacia una política fiscal liberticida, vendiéndoles a los contribuyentes que ya se está produciendo un cambio de rumbo. No: ahorrarles el pago de 12,16 euros mensuales a algunos asturianos no es bajar impuestos, sino una burlesca maniobra de populismo tributario. Y aún peor: ilustra perfectamente que la finalidad del acuerdo presupuestario no es otra que aparentar que se bajan los impuestos, al tiempo que se consolidan las brutales exacciones fiscales que los socialistas han ido aprobando para mantener a flote la burbuja regional que han ido construyendo en los últimos treinta años.

La prueba definitiva de esta venta de humo la tendremos los próximos días, cuando dispongamos de los datos -¡ay la transparencia!- para calcular el coste estimado de la medida en relación con los ingresos del tramo autonómico del IRPF asturiano; o aún peor, si en lugar de relacionarlo con el tramo autonómico del IRPF, lo hacemos con los ingresos no financieros totales del Principado, un coste para las arcas regionales que, ya adelanto, arrojará una cifra que apenas revasará un punto porcentual sobre el total.

Pese a la nimiedad de este movimiento tributario, sigue latente el problema más de fondo que refleja a la perfección el absurdo sistema de la tarta de financiación autonómica:  mientras los ciudadanos de algunas comunidades autónomas sufren subidas de impuestos para financiar la “solidaridad interterritorial”, los territorios que son receptores netos de tales fondos –como el caso de Asturias– se dedican a bajarlos, al menos sobre el papel. Y ni siquiera esto es del todo cierto, ya que al final los impuestos tampoco baja, o lo hacen de un modo casi inapreciable. Lo único que se genera con estos gestos propagandísticos es el hastío de los ciudadanos residentes en las comunidades que son pagadoras netas. Y todo ello con la cuestión catalana de fondo. 

Lejos de afrontar y defender un proyecto verdaderamente reformista, consistente en reducir drasticamente el tamaño de la administración del Principado de Asturias -para poder recortar con ímpetu los impuestos- y de seguir gastando lo que no tenemos; nos plegamos al consenso socialdemócrata, abrazamos ahora con entusiasmo la gigantesca administración regional –a la que hasta antes de ayer calificábamos de elefantiásica- y sucumbimos al ditirambo de que ese será el motor de nuestro crecimiento. Más gasto público y más endeudamiento: ese será el legado hacendístico de estos presupuestos. Unos presupuestos para nada.

15 de noviembre de 2014

Presupuestos para nada

La canción "Money for nothing" (dinero para nada), compuesta por Mark Knopfler y Sting, se constituyó en los años ochenta del siglo pasado en una dura crítica a la proliferación de muchos músicos y cantantes mediocres, que tapaban con los videoclips su escasa base artística. El video musical, al calor del influjo del dinero de la industria discográfica, era un fin y no un medio.

Cuando oigo a alguien hablar de la necesidad de que Asturias tenga un presupuesto, me viene a la mente aquella canción, su satírica y descarnada letra y su mensaje. Declaraciones de necesidad con las que un presupuesto es elevado a la categoría de fin y no de medio, al precio que sea. Que ese presupuesto no sea más que el apuntalamiento de un programa político que llevan fracasando en los últimos treinta años en Asturias, es lo de menos. Tampoco importa que la estructura burocrática de la región -que permanece inalterada desde el inicio de la crisis- se coma más del 50% de lo que entra en las arcas autonómicas cada año, o que la deuda vaya camino de superar la barrera del 300% de incremento desde el inicio de la crisis. Lo importante -según parece- es tener un presupuesto -el que sea- redactado por los mismos que han redactado los anteriores, y que da respaldo a las mismas políticas erráticas, alejadas de la realidad, que condenan a Asturias a permanecer en la senda de la decadencia, como felliniana nave que va; que nos dicen no debe detenerse, cuando en realidad sólo nos conduce a entonar la verdiniana fuerza del destino.

En la neolengua utilizada, a la renuncia a la batalla de las ideas y los principios, a la renuncia a la ambición de mejorar con ellos la realidad en la vivimos, a esconder la escasa talla política detrás de un presupuesto -fotocopia de los anteriores, y que sigue condenando las aspiraciones de progreso social y económico de Asturias- a todo ello se le llama ahora "obligación ética" para dar un "balón de oxígeno" a los asturianos. Y para justificar todo ello se confiesa, con falsa modestia, la voluntad de sacrificar las ideas, el programa electoral y hasta el mismo partido en nombre del bien común. Cuando el hecho de defender y dar la batalla de las ideas de un partido político debería ser el incentivo para reformar las cosas, se convierte este incentivo en una aspiración inconfesable a la que hay que hacer permanente renuncia, escenificando la peor postura hacia al bien común: asociar que lo más beneficioso es estar por encima de la pelea política, que la política es una cuestión de gestión y no de confrontación, y que las soluciones están en el mundo gris de la burocracia y no en la claridad de la batalla de las ideas, de las justificación de los actos y de la crítica al contrario.

Y mientras se escenifica este ejercicio de populismo, el ciudadano cuyos problemas siguen latentes -porque los sucesivos presupuestos y leyes de crédito extraordinario han sido incapaces de solucionarlos-, asiste a todo ello con la misma sensación que los animales de la granja orweliana, donde era imposible distinguir a los animales de los hombres, mientras se le arroja a la cara el discurso de la justicia social y las políticas de redistribución a través de las cuales se manifiesta esa justicia, como un proceso de arriba hacia abajo, un vínculo vertical que conecta a los líderes y sus decisiones con las masas agradecidas; suscitando lo que La Boétie llamaba una "servidumbre voluntaria". Y para ello, se apela al bolsillo del contribuyente, con propuestas de rebaja fiscal que van desde un vergonzante aguinaldo a seis meses vista de una elecciones, hasta hilarantes cuantificaciones de ahorro fiscal de hasta cuatro dígitos, hechas sin tan siquiera tener en cuenta el número de contribuyentes que tributa en cada tramo del impuesto, que no detallan su impacto en las arcas autonómicas, ni cuanto supone esa rebaja respecto a los ingresos totales del IRPF en Asturias. Un cuento de la lechera, una farsa tributaria que no llega más allá de un reparto de las escasas puntas ociosas de tesorería. Y lo que es más grave: las rebajas de impuestos no se proponen a costa de rebajar el gasto público propio, sino a costa de que el resto de los españoles paguen más impuestos, aumentando el saldo positivo de la balanza fiscal y continuando la escalada de puestos en el ranking de perceptores netos de los fondos de solidaridad territorial. Ni una palabra, en definitiva, sobre reducir drásticamente el esfuerzo fiscal de los asturianos, ni de acabar con el cementerio regulatorio en el que se ha convertido la región, frustrando cualquier intento de avance social y económico, condenándonos a la dependencia de la subvención externa, por más que se sentencie solemnemente lo contrario.

Exigirse lo justo para ir tirando. Abandonarse al predominio del consenso socialdemócrata para después quejarse de que la economía está estancada, que los impuestos son muy altos, y suma y sigue. Más de lo mismo. Más de ellos mismos. Presupuestos para nada.

13 de noviembre de 2014

Una rara substancia

Tal vez la definición más perfecta de la dinámica de idas y venidas de la política en torno al soberanismo catalán la dio Manuel Chaves Nogales al afirmar: “El separatismo es una rara substancia que se utiliza en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo, y en los de Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras”.

En la redacción de nuestra vigente Constitución no se buscó la perfección en el diseño del estado autonómico, sino la utilidad de la norma básica de la que debía emanar el resto del cuerpo jurídico, que permitiría a todas las nacionalidades y regiones acceder a la autonomía con las cotas más altas de autogobierno.

11 de noviembre de 2014

Buzón de los ciudadanos. Otra trampa a la participación política


Los partidos políticos son, y seguirán siendo, piezas fundamentales para garantizar el funcionamiento racional de las instituciones políticas. Pero ello no debe ocultar –ni debe justificar- lo que en una reciente entrevista denunciaba el presidente del PP de Guipuzcoa, mi amigo Borja Semper: “Los partidos políticos tienen demasiada influencia en España y en la sociedad española”.  Una influencia que coarta la singularidad de quienes militamos activamente en un partido político, o simplemente desean ejercer los derechos de participación política que les reconoce el artículo 6 de nuestra Constitución, a través de organizaciones donde el funcionamiento democrático sea efectivo y real.
La perdida de prestigio y de arraigo social de las instituciones públicas, que incluye la evidente y creciente desafección de la ciudadanía hacia las mismas y hacia nuestros representantes políticos, ha sido alimentada por unos partidos políticos con estructuras de poder resistentes y “arbitrarias”, mediante su capacidad para intervenir en la designación de las personas que forman parte de todas las instituciones publicas, y que ponen en grave riesgo el sistema de representación política del que nos dotamos hace ya más de treinta y cinco años.
Ante un eventual nuevo ciclo político, un nuevo escenario que nada tiene que ver con lo que hasta ahora hemos conocido, estamos obligados a repensar nuestro sistema político. Porque mientras estamos en la lucha partidista estéril para solaz de los (cada vez menos) acólitos, seguimos dejando de lado lo importante: la democratización y modernización del sistema político español.
Todas las encuestas, no sólo las electorales, sino las de carácter cuantitativo, nos dibujan un escenario distinto donde lo menos aconsejable es la inacción y la indiferencia, ante la flagrante desafección hacia la política y hacia las instituciones. Reconstruir los vínculos con la ciudadanía y con electorado potencial de cada partido, es la tarea inexcusable si no queremos acabar en la “italianización” de nuestro escenario político.
Para despejar ese escenario, ante la caída vertiginosa del apoyo popular al PP, la estrategia posible que le devuelva la iniciativa sólo puede ser una: la participación de sus bases. Percival Manglano lo expresaba claramente en un reciente artículo: “los programas electorales del PP para el año que viene deberían ser extremadamente participativos, con programas de consulta y aprobación de propuestas hechas por los militantes. Y, muy importante, con votaciones. Los militantes deben poder proponer y también votar”.
Participar no es proponer ideas y propuestas para el programa electoral. Participar no es llenar un buzón. Participar es intercambio que acumula "expertise", que genera debate como factor de igualdad. Es tratar a los votantes como adultos, que se les pregunte su opinión y que se escuchen sus respuestas en debates donde se intercambien argumentos, y no eslóganes.