Son prácticamente diarios los titulares haciendo llamadas y abogando por
la reindustrialización como elemento catalizador para la salida de la
crisis. De los tiempos en los que la industria española suponía el 34%
del PIB, hemos pasado a que apenas sea un 14%. Demasiado tiempo --y
demasiado dinero público-- ha costado caer en la cuenta que al formular
el paradigma de la sociedad de servicios, sobre el que se asentaron los
planes de reconversión y reactivación de sectores productivos como el
carbón y el acero, se obvió que una sociedad de ese tipo sólo es posible
cuando se apoya en una sólida actividad industrial, confiando su éxito
--ahora demostrado sonoro fracaso-- a la eterna dependencia de la
subvención; sin que su milmillonaria presencia haya logrado revertir la
decadencia continua, allí donde los monocultivos estatistas deberían
haber sido sustituidos por diversificación de la estructura productiva
hacia segmentos intensivos en conocimiento, con mano de obra muy
especializada y preparada para trabajar en sectores de alta tecnología y
fuerte crecimiento.